Steve McQueen: very cool.



         Miraba como pocos actores. Parecía estar siempre pensando en algo, proyectando algo. Lo que proyectaba al exterior era una imagen viril, de un tipo de hombre que quizá ya no se ve mucho en el cine de hoy, plagado de chicos que parecen protagonizar más bien videoclips o anuncios de eau de Cologne, con cuerpos hipertrofiados en innumerables sesiones sudorosas.

     El aspecto físico de Steve, su hombría, eran naturales. Su magnetismo provenía de una densidad rocosa interior, al igual que la de su apuesto colega en Los siete magníficos, Yul Brynner, a quien McQueen robaba protagonismo en cada plano en que aparecían juntos.
     Steve, sin embargo, a pesar de la rotundidad con que su rostro estaba cincelado, a pesar de su pasado pendenciero reflejado en sus poros, podía llegar a ser romántico, idealista, sutil, elegante, y , claro, "cool" como nadie, vistiendo en su vida personal pantalones stretch de la época, polos de cuello alto que resaltasen sus ojos azulisimos, y relojes caros y lujosos en su brazo nervudo.

     Abofeteó duramente a Ali MacGraw en La huida, de Sam Peckinpah, en una , por lo demás, maravillosa escena, por la que hoy se le echarían encima mil y una asociaciones; se escapó de los nazis manejando una vieja motocicleta con la suavidad de quien baila un vals con una dama, y fue el imposible amor de Candice Bergen en El Yang-Tse en llamas, esa terrible incursión de Robert Wise en las peores pesadillas de un pasado occidental colonialista y reaccionario; brilló en papeles a priori menores, como el de jefe de bomberos en El coloso en llamas, donde arrinconaba a un poderoso Paul Newman en la cima de su atractivo. Y es que, cuando McQueen se ponía una chaqueta y un casco de bombero, se transformaba y se convertía y actuaba como uno de ellos. Una prerrogativa de ciertos actores, que solo tienen que aparecer en pantalla para llamar nuestra atención.


      Steve, McQueen, very, very cool.



   










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