Ross MacDonald: la saga de Lew Archer



     Si los mejores escritores son aquellos que, además de juntar adecuadamente las palabras,de tener un estilo reconocible, de proporcionar personajes interesantes, y contar una trama densa y rica en situaciones, ofrecen un retrato coherente y penetrante de aspectos de una parte de la sociedad en que transitan, sin duda  Ross MacDonald es uno de los mejores.

     Decía Antonio Muñoz Molina que el "problema" de MacDonald es que escribía siempre el mismo libro. Una voz más lúcida y socarrona le contestó diciendo que puede que fuese cierto, pero que cada libro que escribía era mejor. Modestamente añadiría que , además, ya el primero era muy bueno.

    Dando por hecho que Muñoz Molina albergará seguramente su "problema" particular en su propia novelística,  podemos decir que el bloque narrativo de MacDonald es un verdadero canon dentro de la novela policial norteamericana.
     El gran Raymond Chandler despotricó en alguna ocasión contra MacDonald, pero es que incluso los más grandes pueden dejarse llevar por arranques de celos que les empañen el juicio. Acaso vio el creador de Philip Marlowe aspectos en la narrativa de su colega que podían auparlo incluso por encima de su predominante posición.

    Son 18 las novelas que conforman la saga que protagoniza Lew Archer, el detective  creado por MacDonald. 18 retratos de una sociedad decadente, de familias desestructuradas, unidas apenas por los rescoldos de un dinero en ocasiones volátil, casi siempre inútil, que dirimen sus rencillas  tras gruesos cortinones ajados, en residencias lujosas donde el salto generacional es irreversible, y donde padres autoritarios y orgullosos son abandonados por sus hijos, o por esposas desencantadas de sus vidas.
    En el asunto policial de las novelas de MacDonald no aparecen psicópatas que asesinan en serie , ni cadáveres de niñas desnudas en el bosque con un postre en su pubis, ni agentes criminalistas supuestamente eficientes y equipados a la última que no se enteran de nada hasta la última página. Los monstruos a que se enfrenta MacDonald son cotidianos y hasta familiares, y conviven en nuestras cocinas, en nuestras alcobas. Somos todos nosotros.

     Hace unos años, Isabel Allende tuvo a bien perpetrar lo que ella llamó "una novela negra". En una entrevista concedida al programa de TVE Página 2,  le preguntaban si se  había tomando en serio la incursión en el genero. Ufana, contestaba que " cómo me iba a tomar en serio una novela policíaca", para, acto seguido, apuntar muy seria que, eso sí, se había documentado leyendo a los clásicos: Agatha Christie y Conan Doyle. Tal vez, en vez de asentir sonriente, el entrevistador podría haberle apuntado unos pocos nombres de verdaderos escritores de novela negra: Cain, Burnett, Hammet, Hadley Chase, Irish, Thompson, Himes, Scerbanenco, Westlake, Williams, Chandler y el propio MacDonald. Además, podía haberle informado amablemente de un genero muy válido, que hizo añicos la falsa tranquilidad de una sociedad complaciente y adormecida, para sacar a la luz, de una manera descarnada y desconocida, todas sus taras y miserias.
     Allende propinó al entrevistador la siguiente afirmación: "mi marido , que es escritor de novela negra, me dijo que, para captar la atención del lector, debía poner un cadáver en la primera página".
     Ignoro si esta dama de las letras haría caso a la sabia sugerencia de su marido. Si lo hizo, debemos entender que esta señora perteneciente a lo que se llama " grupo de escritores serios ", lo único que deseaba era vender libros. En cualquier caso, la sinopsis que he entrevisto de su novela no proporciona muchas esperanzas de que lograse con ella una cima del género.

     MacDonald, aunque sin duda contaba entre sus propositos con el de vender libros, aparece más modesto. No un literato resabiado, sino un trabajador del día a día. Y Archer no existe para salvar a la humanidad de un lunático que pretende ahogar una ciudad en sangre. Archer está ahí para asistir al drama final mundano y común. No para arreglar nada, porque sabe perfectamente que hay asuntos que no tienen arreglo. Archer escucha a todos los seres humanos que le cuentan sus temores, mira, asiente y se entristece al comprobar las mismas mezquindades bajo la misma capa de barniz brillante. Es un cirujano que no usará el bisturí a menos que sea absolutamente necesario. A menos que deba extirpar el mal allí donde esté provocando que las vidas de los inocentes sean aún más desgraciadas de lo que este triste mundo les depararía por sí mismos.

     La maestría de MacDonald es admirable, y, con los años, absoluta.  Síntesis, economía, intención, atmósfera, diálogos plenos de ingenio, metáforas asombrosas, apuntes sociales y psicológicos sutiles y delicados. La palabra justa. No se puede escribir mejor. La escritura, desbrozada de todo lo superfluo, de lo artificial. Algo parecido a lo que hizo Alex Toth con su dibujo en el cómic. Los maestros son así. Terminan por ir al corazón, y dejan los adornos para quienes andan todavía revoloteando entre brumas.

    Algunos ejemplos envidiables de MacDonald:

     El efecto del whisky se estaba pasando, y me vi en un momento de pánico: un hombre de mediana edad sólo en la oscuridad mientras la vida pasaba volando como el tráfico por la autopista.


     No era muy viejo, pero su cuerpo estaba encorvado por el uso y su rostro arrugado parecía hecho en el molde de un permanente y porfiado fracaso. Sus ojos claros y azules tenían la curiosa e inocente mirada de un hombre que jamás ha podido penetrar en la sociedad humana. Suelen verse hombres así en las pequeñas aldeas, en el desierto, en los caminos. Ahora se reúnen en los sitios mas recónditos de las ciudades.



     El cine utilizó el personaje de Archer en dos films nada memorables , encarnado por un Paul Newman que, en ese rol, parece inadecuado e incluso enojoso. Archer es un tipo alto, corpulento y tranquilo, un expolicia, un detective muy golpeado por la vida que vive al día, que boxeó en su juventud, y no sólo en el ring; lacónico , irónico, pero que no pretende ser gracioso, y Newman anda dando tumbos por todo el metraje sin estar a la altura.

     Mejor leamos sus novelas. En ellas podemos encontrar verdades como puños, acerca de la convivencia, de nosotros mismos, de nuestra volatilidad y de nuestra falta de importancia.
     Yo releo varias novelas de MacDonald todos los años, sin falta, y también, todos los años, me sumerjo en El largo adiós, de Chandler. Se llevan bien, mal que le pese a Chandler.
     Leerlos, aparte de ser un placer, es como encontrarme con un viejo amigo. Nos sentamos y nos contamos cosas.  Y puedo decir que estos tipos, duros, melancólicos, me hacen ver todo con una mirada que antes quizá no tenia. La mirada del adiós, como uno de los títulos de MacDonald.


     William Goldman decía que la saga de Lew Archer era " la mayor serie de novelas detectivescas escritas por un autor americano".
     El único error en el halago de Goldman es el de inscribirlas en un género concreto. Mejor dejemoslas en el lugar que les corresponde, simplemente el de la mejor literatura escrita.


     Vintage Crime/Black Lizard ha publicado a MacDonald con una serie de poderosas cubiertas.









   











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